Fábulas perversas para oídos no tan ingenuos - la enseñanza de la moral
La literatura siempre ha tenido un carácter
moralizador, nos guste o no, los libros han circulado bajo la premisa de
enseñar lo bueno, lo permitido y la norma imperante. Hace más de 2000 años
nacieron las fábulas enfocadas en la caricaturización de los comportamientos
deseables y la consecuente dramatización de las actitudes bizarras de una
sociedad. Estos escritos emergieron como fórmula para formar el carácter de
quienes las escucharan.
En sus orígenes, las fábulas fueron textos
protagonizados por animales cercanos y comunes, quienes se enfocaban en
orientar a sus lectores en los valores de una sociedad en particular. Con la
aparición de la escuela, aparece la infancia y todos los textos que se leían en
ese entonces fueron editados y corregidos hacia estos nuevos lectores.
Pero el cambio que se introdujo no fue menor, el siglo
XVIII y la era victoriana se encargaron de alterar los finales de estos
escritos, transformando nuestro entendimiento de la cultura escrita, de los
jóvenes, de los niños y en definitiva de la historia del mundo que se construyó
desde entonces.
Contexto
Durante milenios, los sabios de la tribu han construido con palabras su propia cosmogonía del mundo. Principalmente en las noches y a su alrededor se agolpan todos los congéneres a escuchar sus relatos. A veces se atreven a formular preguntas que se convierten en pretexto para contar una y otra vez lo vivido.
Con estas prácticas, las comunidades a lo largo de las
centurias se han mantenido vigentes.
Gracias a la oralidad la vida en sociedad pasó a ser recontada, cantada y
transmitida de generación en generación. Los relatos se han mantenido en la
memoria como estandartes de tribus, comunidades y sociedades.
Ahora
bien, perpetuar los valores de una cultura ha
sido una de las funciones más importantes de la oralidad. Para lograrlo se
necesita centrar al individuo en la historia de su comunidad, resaltar sus
tradiciones y afianzar las raíces en el territorio. Es preciso delimitar zonas,
protegerse de enemigos, delinear héroes y crear sus relaciones amorosas. Para llevarlo
a cabo es necesario formular un cúmulo de hechos verificables que ayuden a
constituir una construcción colectiva creíble, y por ende delimitada en sus
valores tanto deseables como indeseables.
En la historia de la humanidad no sólo hubo narradores
en cada comunidad, sino que también existieron personas que iban de
asentamiento en asentamiento transmitiendo historias, que luego se volverían cantos,
narraciones que exaltaban el fabuloso poder humano de crear realidades con la
palabra. Con el pasar del tiempo estas narraciones se volverían cada vez más
impactantes, más emotivas y seguro más fantasiosas, pues se pasaba de la
realidad a la fantasía, de la palabra oral a la imagen colectiva. Antes de los
tótem y las estatuas, la oralidad fabricaría verdaderos personajes a punta de
palabras. Desde siempre el canto, la juglaría y el teatro empezaron a dar
comprensiones sobre la naturaleza humana y por ende de sus valores.
Con el devenir, las historias cambiaron, las preguntas
sobre los comportamientos se hicieron más profundas, el cuestionamiento generó
intriga y fue preciso crear
personajes para que encarnaran las historias tan extraordinarias como absurdas.
Este paso dio lugar a que las fábulas requirieran encarnarse en animales, seres
que desarrollaban comportamientos tanto deseables como desdeñables. Con esta
creación inventada se buscaba moldear a las siguientes generaciones en sus principios,
creencias y valores.
Los cuentos tendrían de antemano un carácter
moralizador y una intencionalidad explícita: promover las buenas costumbres.
Fue en estos casos en los que se dio la reiteración incansable y hasta
mentirosa de que toda historia debería tener un final feliz. De igual manera
aparecieron los matrimonios como epíteto de lo que buscaba una sociedad idealizada.
Es aquí cuando la era victoriana triunfa y se instala en la literatura
moralizante de la época. Desde entonces, el cuento maravilloso se instaura y
con su fórmula de inicio “había una vez” y de finalización “fueron felices”
perdura en el inconsciente de una civilización entera.
En todo este recorrido, las fábulas y sus esbirros
personajes aparecen para enseñarles a los jóvenes sobre los buenos
comportamientos. Su fin es apoyar la formación de individuos buenos,
respetuosos y capaces de vencer las tribulaciones propias la vida en sociedad.
En el siglo XVII emerge la escuela y la
necesidad de educar a los niños. Las fábulas pasan a ser leídas por niños cada
vez menores y la sexualidad es vista como una temática prohibida.
Por esta razón -y otras no tan claras- estos cuentos
son adaptados y cambiados justo en la manera como terminan, alterando su
mensaje, y por ende su interpretación. Estos cambios transformaron toda la
mirada de occidente, pues con nuevos finales aparecieron nuevas y transformadas
moralejas. Lo que era un escrito en su origen para jóvenes terminó siendo un
cuento para niños.
Problema
Si las fábulas tenían un fin moralizador para las nuevas generaciones ¿Por qué les introdujeron los cambios justo en el final? ¿De qué se hablaban en los cuentos para que se transformaran tan abruptamente? ¿Qué ha significado para la historia de occidente y nuestra historia personal que estos cuentos fueran alterados?
Comentarios
Publicar un comentario