CARTA A MIS HIJOS
CARTA A MIS HIJOS
-A propósito de la experiencia
en los Talleres de Habilidades Parentales-
Por Esteban Ortiz M.
1.
Queridos hijos antes de ser padre fui hijo durante 35 años. Mis
padres, sus abuelos, han sido muy importantes para mi formación, labraron lo
que soy, quiero y anhelo. A ellos les debo mucho más de lo que puedo expresar
en estas palabras. Pero les confieso que ser padre no es la prolongación de ser
hijo, esto es lo que precisamente los explicaré en estas palabras. A mi esposa Ana
Cristina, quien me ha acompañado en este ejercicio, la invito a leer estas
confesiones en primera persona de mi rol de padre.
Muchas de las buenas y también equivocadas maneras con que
me criaron, yo las he reproducido con Uds. Estas molestias, palabras y hasta
gritos, han sido situaciones que yo viví y que las he perpetuado sin darme
cuenta. Pero esto no es excusa, nos es justo con sus vidas, no está bien que vuelvan
a vivir situaciones con mis padres, y de mis padres con sus padres, esta sin
razón no es entendible y a decir verdad yo tampoco las comprendo. Es precisamente
vital darse cuenta de esto, y los invito a que abran los ojos, pues no tienen
por qué heredar tantos y enredados conflictos de tantas generaciones de
personas que hemos perpetuado la violencia sin querer queriendo.
Ahora bien percibo que para ser padre no basta con tener esa
distinción, debemos esforzarnos en entender qué hacemos y cómo lo hacemos. Repito
que falsamente pensé que ser padre era una prolongación de haber sido hijo.
Luego de recapacitar, me doy cuenta que debemos detenernos, reflexionar y formarnos para ser padres, ser madres y ser
cuidadores de las próximas generaciones.
Afortunadamente,
luego de diez años de tenerlos en cuerpo presente, he aprendido cada vez más
sobre mi rol paterno. Precisamente hace unos días terminé un estudio nada
convencional, un estudio científico y profundamente humano, un taller creado
por expertas en el desarrollo. Las Dras. Carvajal y Posada crearon hace más de
13 años una serie de sesiones presenciales y experienciales llamadas “taller de
habilidades parentales”. En otras palabras, ellas crearon una estrategia para mejorar
las prácticas de crianza para personas que tuvieran a su cargo infantes.
Esta posibilidad de volver a las aulas a mis 44 años ha sido
muy importante en mi vida. Cuando fuimos invitados al taller, en una comuna al
oriente de la ciudad, pensé que todos habíamos ido allí de manera voluntaria. La
única condición era haber sido padre o madre. Aquí no valían los años, los diplomas
o la dirección de la residencia, todos éramos iguales, yo era el único que no
vivía cerca de la comuna 14, y más aún era el único hombre. Al comienzo percibí
que algunas de mis compañeras asistían porque al jardín de infantes les había
sugerido que hicieran el taller. Esta primera impresión cambió luego con el
paso del taller, pues las mismas maestras notaron que los niños eran castigados
de manera frecuente en sus hogares y los niños reproducían en el jardín de
infantes las agresiones con sus amiguitos. Luego de un tiempo, entendí que condicionaron
la continuidad de los niños en la medida que sus padres se comprometieran a
realizar este taller para ser buenos padres.
En ese momento, entendí que mis compañeras de clase tenían los problemas
que yo también tenía: no sabíamos expresar bien nuestras emociones como padres.
No quiero contarles todo lo que pasó en estas 16 horas presenciales
y en las 1344 horas que duró el tratamiento. No se si lo notaron, pero en este tiempo actué
como padre en cámara lenta, para ser consciente de mis palabras y de mis
sentimientos.
Lo que sí quiero decirles es que las transformaciones de las
personas que asistimos a este taller son impresionantes. El mar de sentimientos confusos, las malas
prácticas, la suma de errores que todos
cometíamos al interactuar con nuestros hijos no cabrían en esta carta, ni en 20
cartas más. Para resumirles todos queremos a nuestros hijos, pero la manera
como se lo expresamos es contradictorio. Entre todos nos dimos cuenta que
estábamos reproduciendo un espiral de violencia, estábamos engendrando más personas
violentas, con lágrimas en los ojos admitimos que estábamos equivocados y que
nos faltaba conocer mejores prácticas para interactuar con los seres más
importantes de nuestras vidas. En 8 semanas adquirimos un arsenal de nuevas
metodologías para sortear de manera más
civilizada, más acorde y más constructiva nuestra condición de formadores de
nuevos colombianos.
La próxima generación son nuestra mayor apuesta, pero
también los depositarios de muchos años y décadas de conflictos antepasados.
Cargamos todos un lastre, un yugo, un nudo de situaciones no resueltas, de
cabos sueltos, de conflictos que debemos tener claro que no vamos a resolverlos
de la noche a la mañana, pero tampoco se los vamos a depositar a nuestros
hijos. Queremos unos niños libres, capaces de generar su propia historia y que no
sean un remedo, una mala copia de nosotros. Con nuestras actuaciones violentas
perpetuamos, pero todo arañamos el alma de los niños, diciéndoles que repitan
también con los demás esa desesperanza heredada.
2.
No quiero terminar estas palabras, sin antes contarles las
reflexiones que el taller me ha traído. Me he dado cuenta de varias situaciones
personales de las cuales soy consciente ahora y que quiero compartírselas.
La primera situación
que me di cuenta y de la cual, con sorpresa, abro los ojos es que sólo me
importa lo que siento. Que en
repetidas oportunidades no los escucho y peor, no hago el esfuerzo por
entenderlos. En el taller me di cuenta
de lo automático de mis reacciones y de lo confuso de mis emociones. Adicional,
me di cuenta de que no valido sus sentimientos o que paso por encima de ellos. Esta
situación es grave para su crecimiento y para su futuro. Desde la primera
semana de taller hago mucho más esfuerzo por entender lo que sienten, por
escuchar las formas tan diversas de sus emociones. Nuevos y fantásticos seres
humanos me he encontrado con esta sencilla pero profunda manera de sentirlos
nuevamente.
Lo segundo que
entendí es que tengo una particular manera de ejercer la autoridad. Me he
vuelto consciente de que soy YO el que pone las reglas, YO el que manda y YO el
que impone las sanciones (Bueno también su mamá, pero no quiero hablar por
ella). Esta inflación del yo es exagerada. No he dado juego para que Uds. creen,
edifiquen y sobre todo comprendan nuestra pequeña pero gran sociedad familiar.
Confieso que he impuesto un régimen poco democrático, sin mucha justicia. Esto
es grave pues en la medida que Uds. crezcan harán lo mismo, crearán una familia
con excesos de mando, con muchas reglas para ser cumplidas, leyes arbitrarias y
sin sentido, perpetuarán penas que muchas veces no se cumplirán por su severidad
o por lo absurdo de llevarlas a cabo. Supongo que todo esto ha generado una
idea terrible: sentirse extranjeros en su propia familia. La invitación es a
construir entre todos las leyes y sus consecuencias, los derechos y sus
deberes, sólo así podemos creer en nuestra propia y especial legislación para
la confianza y el amor, para el crecimiento y la bondad, para la sociedad y la
empatía.
La tercera situación
que entendí en los talleres, es la manera como algunas veces les he dicho que
se defiendan de los demás. Algunas veces les he sugerido que no se dejen tratar
mal, que se defiendan, que si los agredan respondan. Ahora comprendo que sigo perpetuando la
violencia, envolviéndolos en esa terrible dicotomía de agresores y agredidos, maltratados
y maltratantes, tan triste y común para todos. Ahora bien, si el maltrato lleva tiempo y ya
está instalado en el cerebro, cualquier situación desencadenará más ira, más violencia
y más maltrato. Terrible conclusión de los estudios más serios del tema. Con esta
invitación de que se defiendan a como de lugar, les he dado pie a que sean
violentos en una sociedad violenta, en una ciudad violenta y en un país violento.
Ahora medito y encuentro que la sin
razón la he promulgado, que el error lo he eternizado, que el “no futuro” lo he
inmortalizado en esta sociedad tan tremendamente guerrerista que he
vivido.
La cuarta situación y
tal vez la más difícil para Uds. entender es verlos pelear frecuentemente. La
tristeza en forma de rabia me invade, al enterarme que dos hermanos que se
adoran se tratan mal. Algunos me dicen que eso es normal, para mayor ejemplo
Caín y Abel, pero a mí me da mucho dolor observar que se traten así. Lo que no
tiene sentido es que mi reacción para Uds. es inexplicable, yo me pongo igual o
peor que Uds., y con toda razón Uds. no comprenden por qué su padre se pone así
de bravo. Es preciso, entonces, desarmar los corazones, despolarizar el conflicto y resolver pacíficamente las innumerables situaciones cotidianas.
En definitiva, con estas cuatro situaciones, de una u otra
forma, los he llevado a perpetuar la sociedad que tanto anhelo cambiar, con mis
prácticas no pensadas, casi mecánicas, los estoy llevando a continuar con la
Colombia de personas egoístas que no se dan cuenta de que más personas los
rodean. Les he impuesto un país de leyes, normas y reglas con pocas
posibilidades de cumplir, asimilar y de transformar producto del consenso. Sin querer,
los he invitado a llevarse por delante a los demás a partir de ejercer una justicia
por las manos propias, en una Colombia donde los grupos armados crecen tan
natural, como la hierba entre las rendijas. Y por último, he comprobado como en nuestra
familia aparece un país y una sociedad donde un montón de hermanos luchan
frenéticamente entre sí.
Con estas palabras, les pido disculpas por la inconsciencia de estos errores derivados de haber aprendido tarde, pero aún a tiempo, de ser padre. Gracias hijos por ayudarme a mejorar cada día,
a tratar de formarnos en un camino de sabiduría, de caídas y de levantadas,
gracias por enseñarme y sobre todo señalarme la sinrazón. Gracias esposa por
ayudarme a ser mejor persona.
Con su ayuda y presencia, espero seguir siendo guía en la
senda del aprendizaje, haré lo imposible por cambiar. Con mucha fuerza, con
ayudas técnicas, con el apoyo de otros seres humanos, sacaremos adelante esta experiencia
de ser padre, la más grande de todas. Luego Uds. tendrán, si así lo deciden,
esta misma tarea, que compromete nuestra
capacidad siempre inacabada de reinventarnos.
Los amo
Esteban
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