AVISTAR

AVISTAR

El avistamiento no es otra cosa que acercarte a tu ventana, correr las persianas y mirar con detenimiento las aves de un espacio y tiempo que compartimos en este azaroso despertar. Es abrir los sentidos y activar la conciencia de captar su magnética y esquiva presencia a la vez. 

A medida que vamos abriendo nuestra conciencia, los voladores van apareciendo. Nos enfrentamos al espontáneo encuentro de su presencia. No es que no existieran, es que siempre han estado ahí y no nos dábamos cuenta. Por obvias razones, estos seres no se quedan esperando a que los veamos, aparecen y desaparecen entre el paisaje. El tiempo que se exponen a nuestra mirada se mide en segundos, fracciones realmente. Mientras más agreste el terreno menos se muestran. Incluso al parpadear se pierden de vista, desaparecen sin dejar rastro alguno, sólo destellos de imágenes inconexas y la siempre mala memoria de sus características. En los bosques vírgenes son más difíciles de ver aún. 

Mis hijos se desesperan con esta prueba de atención y concentración. Creen que estoy como ensimismado, pero lo que no alcanzan a entrever es que estoy en modo cazador, por supuesto sin ningún muerto de por medio. Cuando tienes unos binóculos o algún aparato que te permita verlos y sentirlos cerca, la diversión se vuelve intensa y próxima. Estos extraordinarios encontronazos son casuales, nada premeditados, son citas furtivas únicas en intensidad y cortas en duración. Son la manifestación de la naturaleza en su esplendor, la conciencia plena de que tanto las aves como nosotros estamos vivos, aleteando unos, contemplando activamente otros. 

Espero que entiendan porque la fotografía de aves es tan difícil y especial, pues capta un instante, un suspiro de lo que fue la presencia del ave. Sólo tenemos unas pocas horas en el día para fotografiarlos, el amanecer y el atardecer son los límites visuales y naturales de la experiencia. El resto del tiempo es bregar con la contraluz. Para expertos en el tema, la destreza para captar una buena foto consiste en su orden: sentir el ave, ajustar el lente en su apertura, velocidad y foco, tener en cuenta la sensibilidad de la cámara y obturar varias veces. En mi caso, que soy bien torpe, en una mañana pueden salir una o dos buenas fotografías. El resto de las imágenes están plagadas de defectos, desenfoques, pésimos ángulos, o la contraluz, la peor de todas, pues la silueta de un ave, solo sirve para llenar la memoria de la cámara, nada más. 

Verlas o captarlas es tan solo un corto acto sensorial, no significa que las identifiquemos realmente y menos las entendamos. Precisamente esto es parte del juego que se despliega en nuestra mente. La imagen percibida, el recuerdo instantáneo y la evidencia fotográfica se parece a tal familia, a tal especie. En este sentido -como todo en el lenguaje- ponerle nombres a las aves es una parte fundamental del juego, la meta final es identificar plenamente el ave. Pero generalmente la actividad se mantiene abierta cuando aparece el permanente desconocimiento del nombre del pájaro, aquí surge el proceso de aprendizaje con sentido, en el cual intervienen las dudas, las inquietudes y los equívocos. Afortunadamente tenemos acceso a bases de datos disponibles (libros, guías de campo o las cada vez más frecuentes App en el celular) para ayudar a determinar cada pesquisa. A la larga avistar es un juego entretenido, es otra manera de jugar donde la identificación verificable del ave es la meta final, la conquista plena.

Como siempre, cuando se es un inexperto, todas las aves son difíciles de nombrar, con el tiempo y a medida que se coge destreza, van apareciendo un número significativo de especies. Los primeros en aprenderse son los nombres comunes: chulo, mirla, cucarachero, gorrión.  Pero como estos apelativos varían de uno a otro lugar, es mejor aprenderse los nombres científicos: Coragyps atratus, Turdus ignobilis, Troglodytes aedon o Sicalis flaveola – con ellos la lengua muerta del latín renace-. También es preciso aprenderse los nombres en inglés, para poderse entender con los extranjeros cada vez más ávidos y frecuentes. En pocas palabras para cada especie se debe aprender entre tres o cuatro nombres asociados a cada ave, todo un reto para la memoria. 

Con el tiempo, me he dado cuenta que el mejor sentido para acercarse a las aves es escucharlas. De esta manera se alcanza un mayor número de especies, contando eso si con que canten. Todas hacen ruidos, solo la mitad interpretan melodías. Así que tenemos unas 5 mil aves posibles de ser identificadas por su vocalización. Aquí los ciegos son los sabios, pues pueden captar mejor la presencia de las aves con su elevado desarrollo de su sentido de la escucha. Con ellos se aplica esa frase de que “el que escucha ve más”. Un invidente despliega toda su fuerza detectora, su sonar interno, que les permite advertir la presencia de las aves. Lo bueno es que pueden hacerlo de día y de noche, en las ciudades o en los bosques más espesos. Ojalá haya más y mejores avistadores ciegos de aves, tienen una gran oportunidad de mostrar su excepcional talento. 


Continuando con la inacabada experiencia de avistar, la buena noticia es que puede hacer en las ciudades, ya que en esta aglomerada forma de existir urbana existen posibilidades de recorrerlas con los sentidos bien puestos para buscar las aves que las habitan. Avistar es una forma entretenida de volver significativa nuestra experiencia ciudadana, siendo conscientes de los seres con los que compartimos estos mismos terrenos, ambientes y tiempos. Avistar es darse al encuentro con seres alados que encarnan la historia de este planeta en términos de majestuosidad, diversidad, comunicación y capacidad de adaptación. Lo mismo puede hacerse con las mariposas, los insectos, los árboles o las plantas que encarnan cada uno un mundo por sí solo, también desconocido e igual de profundo tanto en términos científicos, cívicos, casi místicos o espirituales. 
las posibilidades son infinitas, las experiencias gratificantes. Ser conscientes de nuestro territorio ambiental es una gran desafío en estos tiempos mediados por las experiencias tecnológicas y virtuales, en donde todo parece estar a un click de distancia. 

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