VALLE EN PAZ
VALLE EN PAZ
SEPT. 25 – 2018
Alimentarnos ha
sido un hito muy importante para la sociedad. Que hayamos podido pasar de ser
recolectores a cultivadores, ha sido una gran conquista para la humanidad,
pero para nosotros es algo que pasa desapercibido. Nos hemos vuelto ciegos ante el consumismo, estamos siendo unos recolectores más bien insensatos. No nos importa el
origen, el transporte, la manipulación, desconocemos el rostro humano que hizo
posible entrar en contacto con el alimento. Si es de del Valle del Cauca, de alguna parte de Colombia, de un país vecino, o si viene de un remoto
lugar del mundo, nos tiene sin cuidado.
Frente a esta ceguera
consumista, hace 18 años nació una iniciativa muy especial en el Valle del Rio Cauca. Cuando la guerrilla del ELN secuestró a los feligreses de la
iglesia La Maria, la reacción de unos filántropos, empresarios y visionarios sociales fue incubar una iniciativa que buscaba precisamente atacar de raíz el mal de la desigualdad
entre campo y ciudad. Se propusieron darles alternativas dignas a los campesinos que por
décadas han estado en ascuas. La idea fija que se ha tenido desde entonces es volver
a conectar productores de alimentos con consumidores conscientes.
Bajo la consigna básica si les compramos a los campesinos de manera justa, podremos obtener
buena calidad de alimentos y sobre todo alternativas de vida digna -entiéndase legales-
hacia el gran campesinado que alimenta las ciudades. Esta premisa se ha traducido en
el sello “Cosechas de paz” que es adquirirle directamente (ojo sin
intermediarios) a los campesinos que cultivan con calidad y buenas prácticas. Esta sensata movida comercial
no sólo es bien vista internacionalmente, sino rentable económica y socialmente, pues es volvernos más
conscientes de qué compramos, qué consumimos y también qué hacemos decididamente
por nuestra región.
Anoche en la gran
Cena Vallenpaz 2018, tuve la fortuna de estar sentado al lado de Ana Cilia,
una mujer afro con un gran carisma. Me contó que tiene Moneditas de Oro, un negocio que se dedica a fritar plátanos y
venderlos a compradores que saborean su fresco, elemental producto y ven más allá del paquetico. En la velada aprendí de plátanos, del guayabo verde, del maduro, de los del Quindio y los de Nariño, del proceso
de maduración que requieren, de la actual cosecha que perdió por la sequía. Me
confesó que muchas veces también pierde clientes porque el plátano no está en
su punto, y decide no aplicarle productos químicos para madurarlo a la brava. Que
frita sus productos en aceites de palma limpios y de buena calidad.
De repente
nuestra conversación fue interrumpida porque fue ovacionada en el evento, pues
recibió un reconocimiento a su emprendimiento. Atónita recibió un premio a su esfuerzo
de décadas de sacar adelante su familia al enseñarles la tenacidad del trabajo, pero
sobre todo las ganas de salir adelante. Cuando volvió con su trofeo me confesó que
estaba enferma, que no podía comer mucho de lo que estaba en la mesa, pero su
cara se iluminó al contarme que acababa de adquirir una máquina que le aligerará y le volverá más fácil el proceso de cortar el plátano. Me mostró sus brazos erizados
de la felicidad por esta adquisición, pero intuí que esos brazos grandes y fuertes,
también estaban ya cansados y al fin recompensados por este salto cuántico.
De Ana Cilia me conmovió
su humildad, su fuerza interior, me agradeció haber compartido con ella,
pero realmente el que salió revitalizado fui yo. De ahora en adelante los platanitos
que consumiré serán los de Ana Cilia, porque la conocí, sentí su tenacidad, vi
sus brazos, me honró con su presencia y la honro comprándole. En esta sociedad de desaforado consumo, así de fácil salimos adelante, ganamos todos siendo conscientes, cuidadosos y comprando a conciencia.
Al final de la Cena Vallenpaz 2018, donde el centro fue en el
municipio de Guachené y sus raíces afros, pudimos
reconocer los productos de este exótico, profundo y vivo mundo del norte
del Cauca, a solo 40 minutos de Cali. Nos adentramos a tientas a esa exploración alimenticia, olfativa,
sonora de la riqueza de nuestro pueblo afrodescendiente, resistente, combativo y siempre
pujante. Nos explicaron que a punta de la comida de esclavos han logrado sacar adelante a las dos grandes torres de defensa de la selección Colombia de fútbol –
Yerry Mina y Davinson Sánchez-. Nos dieron la prueba de que el campo es posible, que
la nación puede salir adelante con ser más conscientes de lo que consumimos. Al
compartir las culturas y saborear sus productos, VALLENPAZ efectivamente nos ratificó a los asistentes que, reconociendo las riquezas culturales de nuestro territorio, un VALLE EN PAZ es posible.
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