CRÓNICAS DE NUEVA YORK - PARTE I
CRÓNICAS DE NUEVA YORK
PARTE I
A los 46 años, en pleno verano, vine a conocer Nueva York. Por ser mi primera y ansiada visita, es
difícil describirla en pocas palabras, empezando por su nombre. Inicialmente se llamó Nueva Amsterdam, cuando los holandeses construyeron un lugar protegido del mar, sus temporales y los riesgosos acechos. La cercanía estratégica de esta bahía con un gran
río, lo hacia el lugar ideal para el comercio con las tribus cazadoras y
residentes.
Desde esa época, los europeos edificaron grandes fuertes para protegerse de las transacciones desiguales con los locales. Necesitaban tener un lugar protegido luego del intercambio recurrente de ostras frescas, pieles abrigadas y sobre todo del apreciado tabaco. Desde entonces, Nueva York sostiene una relación ambigua y estrecha con los elementos suntuosos, ilegales algunos.
Desde esa época, los europeos edificaron grandes fuertes para protegerse de las transacciones desiguales con los locales. Necesitaban tener un lugar protegido luego del intercambio recurrente de ostras frescas, pieles abrigadas y sobre todo del apreciado tabaco. Desde entonces, Nueva York sostiene una relación ambigua y estrecha con los elementos suntuosos, ilegales algunos.
Por más de 400 años esta ciudad, fundada por holandeses y rebautizada por los británicos, se conoce como la sede mundial del comercio. El café para Colombia, el azúcar para el Valle del Cauca o el
petróleo geopolítico para el mundo, tienen su precio base mundial en esta ciudad.
Precisamente por ser la sede del comercio hemisférico, en el 2001 la ciudad fue
atacada desde el extremismo islámico, dos inmensas torres cayeron y
3000 personas murieron sin razón aparente. Con el tiempo las tensiones propias debido al comercio
no dejan de generar tragedias y sobre todo con los que nada tienen que ver.
Pero volvamos a la ciudad que estamos conociendo, además de ser el lugar
de las transacciones, Nueva York es un territorio caóticamente ordenado. Como
toda aglomeración, nos sobran imágenes para contarla. Recorrerla con palabras es
perderse aún más en ese intento de abarcarla. Si eres de los que buscan una respuesta, un sencillo porque o una vana explicación, Nueva York no es el
lugar más adecuado para hacerlo, más bien se renuncia a las explicaciones, al sentido común, a la comprensión misma, lo importante es moverse de prisa, sobrevivir a la congestión y en los mejores casos lograr salir a la superficie a respirar un aire cargado de todo, menos de oxigeno.
Esta urbe es el caos, la efervescencia, el bullicio, el gentío en toda
su dimensión, todo se abarrota, todo se amontona. Es la torre de babel moderna,
donde las personas se mezclan, los idiomas se tararean, las razas se cruzan, la idea de globalidad se configura. Con
razón le tienen miedo a la inmigración. Aquí es el final del camino, es la tierra prometida para el Nuevo Mundo. Por eso, Nueva York es la meca de la inmigración, aquí
ese vocablo se reconoce en los rostros que se ven. En esta ciudad los
transeúntes compartimos la sensación de compartir la condición de ser inmigrantes, de ser extraños,
de ser sobrevivientes a una escapada, por eso muchas miradas son clandestinas y de complicidad.
A medida que se recorre, la visión no alcanza a abarcar el firmamento. En nuestros países ubicados en la zona tórrida, los arboles se pelean por la luz. En cambio en esta ciudad,
los rascacielos disputan para proclamarse como el más imponente. Las
mega estructuras hacen su intento de quitarle a la naturaleza ese poderío, en
Nueva York al parecer lo logran. En cada esquina se
estrenan nuevas posiciones de la cabeza hacia arriba. Tratar de
determinar dónde terminan los rascacielos se vuelve una ilusión vana. La mirada se
pierde a mitad de camino en las construcciones altas que no tienen
fin. Es fácil reconocer a un nuevo turista -como yo- por alzar demasiado la cabeza en medio de los ríos de gente. En ocasiones por intentar mirar hacia el cielo estuve al límite de perder el equilibrio y de ser arrastrado sin piedad por el inquietante cauce humano.
Mientras la exploras -otra vana ilusión- moverse en la
ciudad es una sorpresa y a veces un sufrimiento. Para los que creemos que tener
diversidad de opciones para transportarse es un derecho, la movilidad aquí es
una intrincada disputa por cuál es la menos compleja. El metro o subway, como
lo llaman aquí, domina el inframundo y como todo averno, estar perdido es su realidad. Si logras salir a nivel de las calles, las modalidades
del tranvía o los buses integrados se mueven sin parar y sin mucha
claridad. Aparecen, de vez en cuando, buses coloridos y abarrotados de atónitos
turistas. La via fluvial o marítima es otra opción y el exclusivo ferry atraviesa el gran
Hudson de lado a lado. Para ampliar el crisol de medios de transporte, te encuentras las juguetonas bicicletas para trayectos
azarosos de media hora.
Indiscutiblemente, caminar la metrópoli y estar a la deriva es la mejor experiencia para quienes tratamos de entender y asomarnos a esta intrincada y abigarrada aventura de conocer esta ciudad un poco más. Nueva York te ofrece puntos de vista sin que los pidas, su efervescencia es magnética.
Indiscutiblemente, caminar la metrópoli y estar a la deriva es la mejor experiencia para quienes tratamos de entender y asomarnos a esta intrincada y abigarrada aventura de conocer esta ciudad un poco más. Nueva York te ofrece puntos de vista sin que los pidas, su efervescencia es magnética.
hermano, muy buena lectura, atrayente y desafiante, gracias por compartir tus palabras
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