CRÓNICAS DE NUEVA YORK - PARTE IV


CRÓNICAS DE NUEVA YORK - PARTE IV 
El Jazz

En Nueva York residen múltiples culturas, todas en tensión y en continua búsqueda. Las razas se manifiestan, evolucionan y se fusionan, la música es una de las artes que mejor recrea esa relación, esa vuelta al lugar de origen. Como evidencia de ello, aquí se inventó la salsa emulando los sonidos del caribe, reside una de las mejores orquestas filarmónicas del mundo y la opera europea tiene un espacio único y privilegiado en el Metropolitan, ninguna tuvo su origen aquí, pero en efecto en este lugar se consolidaron. 

También en esta ciudad nacen las expresiones callejeras, el hip hop, el punk, el metal, el stomp y el rock siguen encontrándose con sus audiencias. En Nueva York se puede escuchar lo mejor de las músicas del mundo, hay para todos los gustos, o mejor aún para todas las necesidades. Hay una que me interesa escuchar en vivo por su carácter de resistencia y reivindicación humana.

El jazz es algo que ha permanecido desde el siglo pasado en un continuo desarrollo, en un absoluto desconocimiento comercial -menos mal- pues vino del sur de Estados Unidos y se ha mantenido activo con gran dinamismo. Esta música es de las más grandes, complejas y elocuentes que conozco.  

A través del jazz se manifiesta el mundo afro, su grandeza y permanente ebullición. Nace y se va desarrollando como expresión cultural, no se si en contra de los blancos, pero si como resistencia. Su surgimiento es parte de ese imaginario que se desconoce. Los mejores músicos han sido y siguen siendo afros. Hasta ahora no tengo idea si hay academias de formación en jazz, lo que si reconozco es que el jazz es innovación hasta en las partituras, no hay manera en que se interprete sin que haya algo de improvisación, en cada nota se despliega la peculiar manera de sentir la música del que la produce. El intérprete y su forma de pensar se mezclan en la ejecución. El virtuosismo es inevitable. 

Los sitios donde se escucha jazz son peculiares, algunos se ubican por debajo de los edificios. En nuestro caso estuvimos en el Village Vanguard, sólo se puede entrar con reserva previa. 125 personas ingresan en cada turno, uno comienza a las 8 pm y otro a las 10 pm, dos horas de pura y excelsa música.  Entrar ahí requiere de tomar el aire, bajar unas incomodas escaleras y adentrarse a ese estrecho y polifónico mundo. La exploración requiere arrojo por la claustrofobia que genera, pero los resultados son -sin duda- halagüeños. Esta vez vimos una agrupación clásica, sólo tres instrumentos: piano, contrabajo y batería, las combinatorias de ahí en adelante fueron infinitas. A veces el piano fue reemplazado por un viento (trompeta o saxo) y cuando se sumó la voz humana, los efectos fueron insospechados.

En estos espacios subterraneos, cargados de historia y sonoridad se encuentra el emotivo sonido del jazz. Con los años esta expresión se ha convertido en identidad afro, la cual ha demostrado su gran poder de permanencia y de transformación cultural. El jazz reivindica la gran contribución del mundo afro a la construcción de Nueva York y de los Estados Unidos. ¿Qué sería de esta ciudad sin las manos, la fuerza y el sudor de los afros que la han hecho gigante, tan inconmensurable como su música?


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