Historia de vida de Raquel González Córdoba - Portento de artista


Esta es la historia de vida de Raquel Gonzalez - quien recibió ayer (enero 19 de 2016) una beca para estudiar en el Instituto Popular de Cultura gracias a la gestión que hicimos para ello. 






La historia de Raquel


Texto escrito por Jorge Echeverri y editado por Esteban Ortiz 

Su primer golpe en la vida lo recibió al nacer, pues su cuerpecito inerme se le resbaló a la partera y cayó a la fría baldosa que recibió con la cabeza y de allí le surgió un enorme turupe que disimulaba con su abundante cabellera y del que pudo desembarazarse apenas a los 15 años cuando Aureliana, su madre, dio el sí a una cirugía que temía podría ser fatal. Un día peleó con otra niña y su mamá la sacó del colegio para evitar que le aporrearan la cabeza en esa parte tumefacta; pero pudo terminar su Bachillerato, estudiando por ratos, por tiempos, a veces metida en cursos acelerados y convalidaciones tipo exprés.

Raquel Gonzáles Córdoba es caleña pura, y no aparenta los años que confiesa tener, pues se le ve en sus plenos veintes. Vive con su madre, de típico nombre macondiano, quien es oriunda de Puerto Tejada, como su padre, Antonio, fumador empedernido, quien perdió la guerra contra el cáncer hace varios años. También vive con una hermana, un hermano y cuatro sobrinitos que hacen de su casa un recreo permanente, pues no se puede leer, estudiar, ni menos pintar cuadros, los cuales quedan reducidos a su mínima expresión por obra y gracia del cuarteto imperial.

Desde pequeña se le hizo fácil dibujar. Agarraba cuanta revista llegaba a su mano y dibujaba las fotos que veía por ahí. Si bien pudo terminar a trancazos el Bachillerato, no ha tenido forma de costearse la universidad y nuestro alcalde Guerrero, al conocer su caso y al ver la calidad de su obra pintada sobre un lienzo con formas de rostro de un joven anónimo, no dudó en darle una beca para estudiar en el Instituto Popular de Cultura. Ese lienzo se lo compró nuestro Asesor de Participación Ciudadana, Esteban Ortiz, quien se ha convertido para ella en una especie de promotor cultural.

Nos comparte que una vez fue a Bellas Artes a averiguar por los programas y casi ni la dejan entrar, y al ver en una hoja los precios, casi se desmaya y salió despavorida. Trabajó en restaurantes y como promotora de Herbalife. También hace cuadros en madera y  una vez pintó un bodegón del que se enamoró una amiga a quien se lo vendió, los mismos que no le ha pagado aún. También ayudó a pintar un apartamento que  estaba remodelando, pero esta vez le tocó practicar con brocha gorda y con rodillos, cero lienzos, pinceles y acuarelas.

Empezó a pintar pequeña y últimamente de la mano de su maestro Jaime Moreno en el Tecnocentro Somos Pacífico de Potrero Grande, donde nos ha concedido esta entrevista. “Una vez tuve clase de colores yuxtapuestos, ni siquiera sabía cómo se escribía eso, y me sirvió bastante”, nos dice. Pinta dibujos en papel normal o en madera, y apenas va a pintar con el segundo lienzo que le regalaron en APC de la alcaldía para estampar allí un dibujo de tema libre. 

Un hermano suyo la llevó a trabajar con un grupo cultural que se llama Reunión del Afecto, que realizan sus actividades en Llano Verde, en la caseta comunal, donde practican danzas folclóricas, baile de raga, gimnasia y también ayuda pintando y enseñando a niños a dibujar murales. De ese grupo recibe un reconocimiento económico, pero no se siente muy a gusto porque hay pelados y peladas que molestan, son alegres, “pero yo soy muy seria y muy poco amiguera”. Le encanta la música, pero no tiene idea de bailar, “soy como un palo”, dice. Como bien seria y tímida que es, disfruta la música romántica, boleros, baladas y el son cubano. Tampoco le gustan las telenovelas. Prefiere la literatura griega, que le da muchas ideas para pintar. Cree en Dios, se siente espiritual, pero no tiene iglesia definida. Ha ido a muchas reuniones pentecostales, pero no está convencida del todo. En 10 años se visualiza dibujando profesionalmente, casada (aún no tiene novio) con gemelos (le encantaría tener gemelos), y se propone hacer cursos de pintura, cuando tenga los recursos.


Vive siempre agradecida con su mamá, que siempre la ha apoyado en todo. Reside actualmente en Potrero Grande y le preocupa bastante el tema de los jóvenes delincuentes y drogadictos.  Nos cuenta que tiene un vecinito de quince años que ya está inválido por una bala que le metieron en la columna; a otros vecinos se les murió la mamá y quedaron cinco niños en el aire. Por ahí ve pasar una bandida con niños hasta de 6 años que se la pasan robando. Y nos comparte también que enseguida de su casa, al sobrino de una vecina, se lo llevaron unos muchachos y después se convirtió en habitante de la calle y uno de sus hermanos es reciclador, se la pasa en la calle y no le ha prestado un poco de tiempo para poder hacerle un retrato. Y frente a esta problemática es enfática al afirmar que “Debería haber planificación militar. Los padres no deberían traer niños para meterlos en la calle”, sentencia, seria, antes de retomar el lienzo en blanco que tiene por delante para inspirarse en su nueva obra que nos regalará para decorar nuestra oficina, y que irá a hacerle compañía a ese retrato que le compró Esteban, que más que un retrato de un parcero anónimo de Potrero es como un sensible “grito” humano pegado en la pared.

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