Atado

Atado

de la serie Relatos demasiado cortos 
por Esteban Ortiz 

Tomar la decisión de volarse era inútil. No había barrotes, ni cerraduras, ni mucho menos candados. Él estaba unido a ese lugar a conciencia. Con el tiempo había labrado una prisión en el mismo sitio que consumía sus alimentos, en la cama que dormía con Ella.

Su esposa, su exquisita mujer, lo tenía subsumido. En el pasado, cada vez que quería salir de esa casa aparecían imágenes de Ella como fogonazos, escuchaba nítidamente su respiración, sus leves y cercanos quejidos; y en especial recordaba sus orgasmos lentos y barrocos. Esas imágenes continuaban, le manipulaban y lo amarraban indefinidamente a ese espacio. Sin duda, a él le gustaba esa opresión.

Su mente deambulaba por el ambiente, su mal aliento lo acompañaba, su mirada obnubilada estaba pegada al televisor. Sus manos, que en otro tiempo escribían copiosamente, ahora tan sólo servían para cambiar canales. Era una sombra desdibujada del fugaz y lejano esplendor que había tenido.

Juan Carlos lo llamaban los amigos, aquellos mismos que se cansaron de buscarlo. Su profesión había sido la de escritor y ahora con su malagana existencial generar palabras era una ilusión fallida, “estoy en un bache escritural” se mentía.   

Él estaba poseído, arrinconado y alejado del mundo. Lo único ejercicio que hacía a diario era tratar de darle un hijo a su mujer, el resto no importaba, su prestigio profesional menos. Se esperaba de él que fuera un buen escritor, pero el sexo, que para otros era motivo de inspiración, era su mismo encierro.  

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