EL TITIRITERO - PARTE 2
Parte 2: En una
esquina de Buenos Aires..
Buenos Aires es una ciudad de buenas historias, plagada de personajes, donde todo está narrado en primera persona,
una metrópoli donde hay muy pocos actores secundarios. Es precisamente la
historia de José, la que nos sirve de pretexto. Siendo José un personaje aburrido,
que no conjuga la primera persona nunca, un ser ensimismado, triste y por
decirlo menos un don nadie.
Para José pararse en la esquina
Garibaldi era su gran hazaña del día, por el contrario cuando no estaba ahí, su
día era rutinario, ubicuo y exactamente delimitado. Varias entradas y salidas
del hospital psiquiátrico le habían conjugado esta vida monótona y plana. Los
que lo conocían sabían claramente que Juan trabajaba tan sólo para pagar su medicina.
Lo que se ganaba con su espectáculo callejero era su sustento, o más bien el
sustento del laboratorio farmacéutico de turno. Al principio había empezado con
la droga más costosa, la triple AAA, luego con doble B y por último y desde
hacía un largo rato tomaba la X, la más genérica, barata y con mayores efectos
secundarios del mercado. Sin embargo entre escoger la exaltación o la calma, la
manía o la depresión, su laboratorio y sus médicos le habían escogido esta
última. Esta era la verdadera ropa que se ponía José todos los días, su camisa
química.
El espectáculo de José era fuera de
lo común. Consistía en una valija antigua encima de una mesa portátil que hacía
de base, y encima de ella, una maleta de madera bastante voluminosa, que al
abrirse emergía la representación de una esquina muy parecida a la Garibaldi
con Otomán. Mucha gente decía que era idéntica a donde generalmente se
presentaba el show todas las tardes noches. Sin embargo, José no corregía ni le
explicaba a los concurrentes que la verdad era que la esquina representada era
de la Calle San Juan con Aldemar, el sitio para olvidar.
Generalmente José prefería no
explicar, ni responder nada, su tartamudez, su deje, su estupidez podía
costarle mucho, sobre todo en un show en vivo. Lo importante, en definitiva, era
lo que Juanito el Borrachito iba a decir. Ese era su trabajo, esa era su función,
José y su muñeco lo tenían claro. El que sabía lo que había que hacer era el
muñeco. José era tan sólo un medio, un transporte y salvaguarda. El que pensaba
ahí era el borrachíto.
El día que lo había conocido,
José le había prometido a Juan que lo trataría con decoro y respeto, pero que
le iba a rimar su nombre con diminutivos por si algún niño se le ocurría ver la
función. Lo que no pasaba nunca, pues el espectáculo se hacía en lugares más
bien adultos, por no decir de alto tráfico de parejas que se plantaban a
regalarse un tiempo antes del susto de entrar a los burdeles a cumplir con su
cita, su momento, su pasión.
Al comienzo a José le había
gustado muy poco la esquina Garibaldi, su introversión y deseo de no mirar a la
cara de nadie, le invitaba a buscar lugares menos concurridos y más discretos.
Pero el que tomó la decisión de ubicarse permanente ahí fue Juanito. O así lo
había sentido José pues en la primera presentación de Juanito en ese lugar fue
memorable, no lo había visto tan locuaz, interactivo y sobre todo había
recibido tres o cuatro monedas demás que lo habitual, que fueron un buen
presagio para lo que les esperaba luego.
Explicar como llegó Juanito a
estar viviendo en una maleta de madera de manera permanente es algo complicado.
Pues lo que si recuerda esta marioneta es que no toda la vida estuvo ahí, y que
precisamente esa vida anterior es la que recreaba todas las tardes noches en su
letanía a ritmo de tango. Experiencias y desdichas acumuladas es lo que emergía
permanentemente en sus espectáculos.
La gente pensaba que era José el
titiritero el que hacía todo, pero la realidad es que Juanito tenía vida
propia, José simulaba que lo llevaba de un lado a otro. Pero Juanito se había
amarrado las líneas para simular su encierro. Incluso en un par de
oportunidades José movió su mano para un lado y justo en ese preciso momento
Juanito cogió para el otro. La gente no lo notó, pues la noche tiene sus
privilegios. Esa noche pudo haberse develado lo que la magia del arte había escondido
por años, que Juanito estaba condenado a ser una marioneta de un espectáculo
lúgubre y siniestro de una esquina
de Buenos Aires.
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