EL PÁRRAFO HA MUERTO
EL PÁRRAFO HA MUERTO
por Esteban Ortiz
A los lingüistas, a los puristas del lenguaje y a los docentes en general les digo que el párrafo ha muerto. Ante nuestros propios ojos vimos como fallecía, sin que nadie lo notara y se le rindiera un homenaje póstumo, el párrafo expiró sin mayor emoción ante nosotros. Las causas de su muerte son indeterminadas. Algunos plantean que murió por desinterés y por falta de uso. Otros sugieren a las nuevas tendencias tecnológicas como autoras intelectuales.
Frente a semejante calamidad gramatical ¿para qué sirven los párrafos? En una realidad oralista, llena de expresiones cortas, donde las conversaciones se mueven entre el sí y el no, las preguntas cortas y las respuestas de afán, el párrafo es una realidad salida de lo cotidiano. ¿Será que debemos conformar un grupo purista del lenguaje medio nostálgico e ir a su rescate? ¿O más bien mantenernos al margen para que sea dejado como NN en una fosa común, sin honor alguno?
Para los escritores de antaño, el párrafo era la herramienta por excelencia para que el encanto del discurso permaneciera en el tiempo. Por ende, en textos extensos, agrupados en páginas o capítulos, el párrafo era una unidad de sentido necesaria. Pero ¿quién está escribiendo más de una página hoy en día?
Seamos claros, en la bandeja de entrada de nuestro correo electrónico, una carta de una página de extensión es una exageración. Más bien la misma extensión deberá ser enviada como un vínculo, diferente, adicional y complementario al mensaje mismo. La necesidad de poca extensión, unida a cierta pereza, está amenazando mensajes completos, robustos y totales.
Hoy por hoy, en un universo encasillado en 140 caracteres, la necesidad del párrafo se pierde. Estamos escribiendo ideas condensadas en un todo, montadas una sobre otra, arrinconadas como vayan saliendo. Podría parecer que la oración es la que domina, pero para ser sinceros la oración -con el verbo que denota la acción- también está amenazada por las frases cortas, quienes por extensión y sencillez dominan el mundo visual, gráfico y emotivo.
Para ayudarle al párrafo a una posible salida de cuidados intensivos, podríamos sugerir la planeación del texto mismo. En este sentido se haría necesaria su existencia. ¿Pero cuándo planeamos? ¿Más aun cuándo prevemos un texto? Para muchos la escritura es tan sólo redacción, como si escribir fuera dictarle a la hoja en blanco lo que enunciamos. En esta situación el párrafo no aparece, ni va a aparecer, pues todas las ideas se arremolinarán como un enjambre de caracteres, que oscurecen la mente y en definitiva el horizonte del sentido.
El párrafo discretamente ha dejado su presencia entre nosotros y parece ser que los signos de puntuación también están intimidados. Diría que todo escrito que tenga el “punto” está desdibujado por las nuevas tecnologías. En un acto común de la escritura actual se ha vuelto de moda juntar varias ideas, agruparlas, sin necesidad de numerarlas o jerarquizarlas. En general, usamos todos los signos de puntuación de manera caótica, donde la “coma” es la reina con una fuerza irresistible y magnética, ¿En qué momento se volvió tan popular? ¿Será por sus medidas, su apariencia o su belleza casi hipnótica?
Sin apelar a un veredicto definitivo, la existencia de los signos de puntuación está amenazada por sus primos los signos de exclamación. La admiración, las comillas y las interrogaciones tienen un papel fundamental en la actualidad del léxico escrito. Este surgimiento está regido por la emoción que acompaña al autor, por saber qué piensa, siente y redacta. Nuestra curiosidad como lectores está siendo saciada por los signos de emoción que están apareciendo con cada vez más fuerza.
Nuevos signos se presentan mágicamente como salidos de un cuento infantil. Como pintados, precipitados, desparramados, muchas veces se muestran desordenados. Casi todos son signos matemáticos, símbolos que cambian y mutualizan los textos y las pantallas, como si las infectaran con una fuerza desconocida impregnada también de un virus mortal. Por ejemplo la arroba “@” de la cual no se sabe bien su pedigrí, surge con energía arrolladora. ¿A quién le interesa saber que una arroba fue una unidad de medida, equivalente a 25 kilos? Ahora úsela como quiera, no pregunte qué significa, parece ser la orden invisible de las nuevas tecnologías.
Siendo la escuela el lugar de la pregunta y del descubrimiento ¿Qué ha hecho ella para evitar la desaparición del párrafo o del uso indiscriminado de los signos? Estoy seguro que la escuela ha explicado el párrafo y los signos de puntuación hasta la saciedad. En la generalidad de los casos, la palabra párrafo la hemos oído muchas veces. Lo que sucede es que no la usamos ni ahora ni nunca. Ni desde su sentido gráfico y estético, ni desde si uso lógico y analítico.
Pero hacerle un juicio crítico a la escuela parece salido de contexto, pues ¿Cuándo la escuela estructuró textos? simplemente los pidió y los dio por hecho. ¿Cuándo la escuela hizo que los estudiantes generaran sus propios contenidos? Si sus prácticas lo que han favorecido es la copia y el dictado de discursos ajenos. La responsabilidad por no generar textos autónomos y libres le cabe toda a la escuela. Como diría Emilia Ferreiro: “la escritura es importante porque lo es fuera de la escuela y no al revés”.
Veamos el caso de la extensión de los párrafos, he aquí otra manera de verlos desaparecer. Si se meten dos ideas diferentes en un mismo párrafo este explotará por exceso de comida o bulimia. Si se deja una idea en una sola oración y a eso lo llaman párrafo este morirá por anorexia. Entre la bulimia y la anorexia el párrafo caerá enfermo por trastornos alimenticios, ¿qué más le puede pasar a la unidad de sentido que fue?
Ni que hablar de los distintos tipos de párrafos: el descriptivo, el narrativo o el expositivo. De nada nos sirve plantearlos, todos tienden a morir por falta de actividad, mueren por inutilidad. Así pues, en la educación no podemos esperar que aparezca el párrafo argumentativo, aquel en donde inferimos que estén la afirmación, la evidencia y la garantía juntas. Si, la escuela no genera textos, mucho menos alienta o motiva los párrafos.
Los largos y tristes padecimientos del párrafo terminarán generando trastornos que conducirán a la muerte de la argumentación tal cual la conocíamos, del sentido y en definitiva de la comunicación escrita y el pensamiento redactado. Por consiguiente, el párrafo ha vuelto al mundo idealizado de las nociones. Mientras tanto nosotros viviremos los avatares de lo obvio, la mezquindad de la respuesta única y la frialdad de seguir despidiendo herramientas que nos ayudarían a explicar mejor la realidad que transcurrimos. ¡Larga vida para ti párrafo, saludos en el más allá a todos los que te dieron vida y aliento!
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